El asunto de la depresión también se puede ver en su obra. En uno de sus libros ("No me esperen en Abril" si la memoria no me falla) el protagonista termina suicidándose con alguna sustancia vertida en una copa de licor.
En esta entrevista vemos como después de la publicación de su libro de mayor difusión "Un mundo para Julius" se sumió en una profunda depresión que lo llevó a hospitalizarse en un centro psiquiátrico.
La entrevista fue publicada en el diario El Comercio el 2 de Mayo con motivo de la publicación de un libro-homenaje:
Porque “Un mundo para Julius” resultó tener tal éxito que terminó asfixiado…
Sí. Eso fue así de horroroso. Tener que ser incluso recluido en un hospital psiquiátrico de Barcelona y los médicos decían que no necesitaba psicoanálisis porque tengo exceso de madurez, me conozco muy bien a mí mismo. Pero descubrieron algo: la falta de vanidad. Ese éxito hizo que la gente me saludara por la calle y todo eso me causó una depresión horrorosa, una angustia y se me hizo insoportable. Desde entonces sí he tenido varias pequeñas recaídas, pero nada en comparación con lo que fue eso. Ahora sé a qué toro me enfrento. Pero ayer estuve en una cita con psiquiatra.
Usted ha estado de cara a la locura. ¿No es ese también el terreno de la ficción?
Sí, pero la ficción no te duele. Lo otro te hace sufrir terriblemente. Y es tremendo porque vas a donde el médico y le dices quíteme tanta pastilla y te pone dos más. Ahora mi esposa me ha dado una pepa que pedía el médico que tomara urgentemente. Y ahora estoy aterrado porque voy a Estados Unidos, voy a Puerto Rico y me van a tomar por traficante. Voy a ver de cuáles puedo prescindir para no llevar tal cantidad de cosas.
¿Cuánto tiempo está con ese régimen? ¿O es de toda la vida?
Toda mi vida. Cambio de médicos y cambian de medicación. Tratas de llegar a donde ese que te lo quite. Ahora estaba hablando con una amiga que está en París y me decía: “Está todo en la mente, Alfredo; sácatelo”. Pero me voy a otro médico para que me lo saque y me pone más pastillas. Y estás harto; para viajar es incómodo por la frontera. Me lo meteré en las medias, pero los gringos son capaces de quitarte las medias en los aeropuertos ahora. Tal vez no sea un problema y sea todo mental, que estoy ansioso.
Mi segunda esposa tampoco quería y la tercera vino con sus hijas, que idolatro y que me quieren un montón. Ahora que se van a la universidad las extraño horrores. Yo tuve un trauma, tuve un hermano mayor absolutamente subnormal y fue la tristeza de mi familia. Y como en esto había algo genético, sobre todo que mi familia se casó mucho entre ella y eso produce bebes con cola de cerdo, como decía García Márquez. Y como yo era el último, y todos mis hermanos tuvieron hijos normales, tuve pavor que me tocara la cola de cerdo. No me arrepiento en absoluto. Tengo unas hijas maravillosas. Para qué voy a procrear unos hijos que se parezcan a mí.
¿Cómo serían si se parecieran a usted?
Plagiarios, seguramente (risas). ¿Cómo serían? He sido un gran nervioso, he tenido depresiones, he pasado épocas en hospitales psiquiátricos. No le deseo eso a nadie. Ni a mi peor enemigo.
¿Qué ha sido en este tiempo el alcohol, un apoyo superficial?
No. Te crea más nervios. Solo una vez en mi vida, cuando vine a vivir al Perú en el 99, no soporté la inmundicia fujimontesinista y además fui víctima de un rapto y me dieron una paliza horrorosa. Entonces me fui a Barcelona y allá fui víctima de la estafa de un amigo y me metí en una espiral alcohólica que solo paré cuando el médico me metió en un hospital. Parece que me caía de los asientos. No era consciente de ello. Fueron tres meses. Y entré en un hospital horroroso, un manicomio, tenía que vivir con esquizofrénicos. Y estuve muy solo. En una semana me desintoxicaron. Otra vez que estuve internado fue por mi insomnio. Ahora me tomo mis copas tranquilísimo.
¿Y qué tan presente ha estado el tema de la muerte?
Nunca pensé que podía acabar con mi vida. He tenido muy malas experiencias, horrorosas de depresión que me han costado seis años en salir y si no fueron más. Del 68 al 75. Me acuerdo que cuando tuve una depresión feroz en París después de “Un mundo para Julius” y era profesor e iba a clases muy tempranito en la mañana, un colega me llevaba y tenía un estado de nervios y angustia y ansiedad y locura al cruzar por el bosque de Boloña para llegar a la universidad. Pero siempre pensé: “Otro cojudo abriría la puerta y se tiraría. Yo no”.
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