El 15 de Agosto se han cumplido 4 años del terremoto en el Perú y que afectó principalmente a Pisco, Chincha, Cañete e Ica.
Las situaciones límite como esta suelen mostrarnos facetas desconocidas de las personas, seguramente porque en ese momento lo esencial es la preservación de la existencia.
El día del terremoto estaba de guardia, tenía 3 meses de residente. Era un momento en que la guardia estaba tranquila, la enfermera de turno estaba entrevistando a un paciente y a su familiar en el triaje. Mientras tanto, el asistente de turno y yo conversabamos de diversos temas cómo suele ocurrir cuando no hay pacientes.
Si el asistente que estuvo aquel día lee esto seguramente recordará lo ocurrido. Faltaban algunos minutos para las 7 de la noche y se comenzó a escuchar un ruido que se iba incrementando conforme pasaban los segundos. Hasta ese momento, los 2 (asistente y residente) seguíamos sentados, pero algunos familiares y pacientes comenzaron a correr hacia la playa de estacionamiento, luego el personal tecnico y de enfermería los seguirían.
Cuando el movimiento del piso era evidente ya estaba listo para salir, pero aún faltaba algo. Lo que faltaba era el movimiento de aquellos ventanales grandes del consultorio de emergencia con el concomitante ruido.
No fue una salida desesperada, salimos caminando. En ese momento ocurrió una escena que graficaba la vivencia de un paciente mejor que cualquier libro o artículo leído hasta ese tiempo. Bajo la mampara de la emergencia había un hombre alto, de nariz aguileña, que extendía sus manos hacia el cielo y parecía hablar con alguién.
Todos estábamos en la zona de seguridad del estacionamiento, excepto el hombre que agitaba sus manos y que permanecía vociferando en la mampara. Luego de unos minutos de acabado el temblor y varias replicas, y luego de haber pasado visita a los pacientes de pabellón regresé a la emergencia.
Era momento de entrevistar al hombre que hacía unos minutos gritaba con desesperación al cielo. Su aspecto era bastante peculiar, se comunicaba con una formalidad que llegaba a lo extravagante, preguntaba por los nombres y apellidos de los entrevistadores, luego repetía cada nombre "amén".
Le comenté que lo había visto en la mampara en el momento del temblor. Creo que no le pedía que me explique su comportamiento, pero él se adelantó.
- Le decía a Dios que pare el temblor - dijo el hombre.
- ¿Y que pasó? - fue la pregunta de uno de los entrevistadores. No recuerdo si fue el médico asistente ó yo quién formuló la pregunta.
- Parece que no me escuchó - respondió rápidamente el hombre.
Lo absurdo y lo evidente de la situación podría generar hilaridad instantánea, aún dentro de ese contexto angustiante para todos que no sabíamos si nuestros familiares estaban bien.
El comportamiento del paciente no hace otra cosa que confirmar lo que nos dice Honorio Delgado al hablar de pensamiento precategorial: "el aspecto pático de la vivencia predomino sobre el gnóstico, el mundo subjetivo sobre el objetivo" y que suele conformar el pensamiento esquizofrénico. Es cierto que alguna persona con mucha fe podría replicarme y decirme que eso es subjetivo. Ahi viene el concepto de tendencia instintiva.
Hay un "instinto fundamental que conserva (o trata de conservar) la propia vida" (Honorio Delgado). Lo instintivo es ponerse a buen recaudo en una situación de peligro. Tanto el asistente como el residente fuimos los últimos en salir de la emergencia porque juzgamos que no había peligro hasta que fue evidente que no se trataba de cualquier sismo. Para el paciente no hubo tal discernimiento.
Siempre hablamos de la empatía, este es un caso en el que deberíamos ser empáticos para comprender al paciente. El paciente, es más el ser humano en general, actúa de acuerdo a la percepción que tiene de la realidad.
Para terminar quiero remarcar lo que este mismo asistente nos decía (a residentes y estudiantes de pregrado) al hablarnos de las delusiones: el paciente no cree algo, el paciente sabe algo.
Las situaciones límite como esta suelen mostrarnos facetas desconocidas de las personas, seguramente porque en ese momento lo esencial es la preservación de la existencia.
El día del terremoto estaba de guardia, tenía 3 meses de residente. Era un momento en que la guardia estaba tranquila, la enfermera de turno estaba entrevistando a un paciente y a su familiar en el triaje. Mientras tanto, el asistente de turno y yo conversabamos de diversos temas cómo suele ocurrir cuando no hay pacientes.
Si el asistente que estuvo aquel día lee esto seguramente recordará lo ocurrido. Faltaban algunos minutos para las 7 de la noche y se comenzó a escuchar un ruido que se iba incrementando conforme pasaban los segundos. Hasta ese momento, los 2 (asistente y residente) seguíamos sentados, pero algunos familiares y pacientes comenzaron a correr hacia la playa de estacionamiento, luego el personal tecnico y de enfermería los seguirían.
Cuando el movimiento del piso era evidente ya estaba listo para salir, pero aún faltaba algo. Lo que faltaba era el movimiento de aquellos ventanales grandes del consultorio de emergencia con el concomitante ruido.
No fue una salida desesperada, salimos caminando. En ese momento ocurrió una escena que graficaba la vivencia de un paciente mejor que cualquier libro o artículo leído hasta ese tiempo. Bajo la mampara de la emergencia había un hombre alto, de nariz aguileña, que extendía sus manos hacia el cielo y parecía hablar con alguién.
Todos estábamos en la zona de seguridad del estacionamiento, excepto el hombre que agitaba sus manos y que permanecía vociferando en la mampara. Luego de unos minutos de acabado el temblor y varias replicas, y luego de haber pasado visita a los pacientes de pabellón regresé a la emergencia.
Era momento de entrevistar al hombre que hacía unos minutos gritaba con desesperación al cielo. Su aspecto era bastante peculiar, se comunicaba con una formalidad que llegaba a lo extravagante, preguntaba por los nombres y apellidos de los entrevistadores, luego repetía cada nombre "amén".
Le comenté que lo había visto en la mampara en el momento del temblor. Creo que no le pedía que me explique su comportamiento, pero él se adelantó.
- Le decía a Dios que pare el temblor - dijo el hombre.
- ¿Y que pasó? - fue la pregunta de uno de los entrevistadores. No recuerdo si fue el médico asistente ó yo quién formuló la pregunta.
- Parece que no me escuchó - respondió rápidamente el hombre.
Lo absurdo y lo evidente de la situación podría generar hilaridad instantánea, aún dentro de ese contexto angustiante para todos que no sabíamos si nuestros familiares estaban bien.
El comportamiento del paciente no hace otra cosa que confirmar lo que nos dice Honorio Delgado al hablar de pensamiento precategorial: "el aspecto pático de la vivencia predomino sobre el gnóstico, el mundo subjetivo sobre el objetivo" y que suele conformar el pensamiento esquizofrénico. Es cierto que alguna persona con mucha fe podría replicarme y decirme que eso es subjetivo. Ahi viene el concepto de tendencia instintiva.
Hay un "instinto fundamental que conserva (o trata de conservar) la propia vida" (Honorio Delgado). Lo instintivo es ponerse a buen recaudo en una situación de peligro. Tanto el asistente como el residente fuimos los últimos en salir de la emergencia porque juzgamos que no había peligro hasta que fue evidente que no se trataba de cualquier sismo. Para el paciente no hubo tal discernimiento.
Siempre hablamos de la empatía, este es un caso en el que deberíamos ser empáticos para comprender al paciente. El paciente, es más el ser humano en general, actúa de acuerdo a la percepción que tiene de la realidad.
Para terminar quiero remarcar lo que este mismo asistente nos decía (a residentes y estudiantes de pregrado) al hablarnos de las delusiones: el paciente no cree algo, el paciente sabe algo.
Me has hecho recordar estimado Martín ese día. Paralelo a lo acontecido en tu relato me encontraba en el pabellón de varones (2do piso) terminando de evaluar algunos usuarios y haciendo las infaltables recetas semanales. El movimiento se sintió como si estuvieramos en una especie de barco por el bamboleo de la estructura, que digna hechura de japoneses, resistió muy bien el embate telúrico, más allá del estridente sonido de ventanas y estantería varia. Al estar en el segundo piso, nos dirigimos a las zonas de seguridad en las columnas, ordenados usuarios y personal (abrir las puertas pudo haber resultado peligroso por probables caídas por las escaleras) además como menciono la estructura nos brindaba seguridad. Recuerdo sin embargo como anécdota que los usuarios estuvieron más tranquilos al final que algún personal de salud (quizás hasta se sentirían maás protegidos). Al salir luego de una hora (en la cual era casi imposible comunicarse por el colapso de las vias telefónicas), era una escena surrealista ver a las personas en plena pista de la panamericana norte tratando de subir a cualquier carro para llegar a su domicilio. Bien se ha dicho que son más las reacciones de desesperación y angustia las que provocan más accidentes que los propios sismos.
ResponderEliminarSólo una mención adicional, alguna vez escuché a un especialista dedir que no existen desastres naturales, lo que existe son fenómenos naturales y es la falta de previsión del hombre lo que ocasiona los desastres.
Saludos
Efectivamente Dr.
ResponderEliminarHace falta una cultura de preparación ante estos fenómenos. Se esta tratando de hacer algunas cosas con simulacros, pero depende de cada institución identificar sus puntos débiles en base a la experiencia de eventos previos. En el caso del INSM lo bueno es que se cuentan con ambientes amplios en los jardines. En gran cantidad de hospitales, en horas de consultorio, hay gran concentración de gente, en poco espacio y podría ser muy peligroso en caso que ocurran este tipo de fenómenos naturales.
Saludos