sábado, 12 de diciembre de 2009

Adolescencia y violencia

Cada cierto tiempo, a partir de la noticia del asesinato de alguna persona o los desmanes producidos por las pandillas, los periodistas tratan de investigar sobre las causas de estos actos, las condenas que se deberían aplicar y principalmente nos entregan día a día un capitulo nuevo sobre la vida del asesino o del pandillero.

En determinado momento se acaban las primicias, es entonces que se hacen reportajes donde entrevistan a personajes expertos en el tema de la violencia. Llama la atención que el experto en violencia suele ser el mismo que días o semanas atrás era presentado como experto en depresión, sexualidad, suicidio, detección de mentiras, etc. El experto es considerado más experto (“recontra experto”) si en el reportaje menciona los diagnósticos del sujeto investigado.

Lamentablemente son pocos los que hacen un análisis del contexto ya que la mayoría se limita a colocar adjetivos al sujeto o sujetos en mención.

En una guardia reciente, a la espera de pacientes madrugadores, aproveché para leer un poco unas monografías que editaba el Instituto Nacional de Salud Mental. Encontré una monografía del Dr. Alberto Perales y la Dra. Cecilia Sogi* sobre conductas violentas en adolescentes. Me llamó la atención especialmente un capítulo donde se analiza el problema de la violencia de manera integral. Quisiera compartir algunas líneas de este capítulo, no sin antes, manifestar mi deseo navideño que algún día comiencen a hablar y trabajar en esta área los verdaderos expertos y que se haga algo por modificar algunos factores asociados a la violencia.

"La conducta de los jóvenes se caracteriza y, probablemente siempre se caracterizará, por el deseo de experimentar sensaciones. La fascinación del riesgo, traducida con frecuencia como actitud general de desafío a la muerte o a la autoridad de las generaciones previas, y la tendencia a rebelarse contra las normas sociales limitantes de lo que consideran su derecho a la libertad, en suma la necesidad de autoafirmación del Yo y ansias de triunfo, tienden a ser destacadas singularidades de este grupo etario. Los jóvenes suelen, por un lado, reaccionar emocionalmente en forma intensa, mientras que, por otro, su necesidad de pertenencia a un grupo, de ser guiados por un liderazgo fuerte, a la par que una sugestionabilidad incrementada por el mecanismo de idealización, los ubica continuamente en riesgo de participar en fenómenos colectivos en los cuales los argumentos lógicos pueden ser superados por presiones emocionales.

Si esto ocurre en la historia natural del adolescente en general, en países del tercer mundo, notablemente en el Perú, el fenómeno se complica por la intervención de variables psicosociales y económicas de negativa influencia. Así, observaciones clínicas nos permiten afirmar que el joven peruano desprecia, con especial intensidad, las desigualdades y no soporta las injusticias; es más, aquellos que derivan de familias desintegradas y de medios socioeconómicos bajos donde la corrupción y las inequidades han constituído experiencias diarias, suelen desarrollar una sensibilidad, a veces exquisita, ante la repetición posible o real de tal experiencia. Mas aún, el nivel actual de frustración de nuestos jovenes es alto, y no sólo para aquellos de baja condición económica. A ello se vincula la falta de oportunidades en el sistema educativo post-escuela y en el mercado de trabajo, que los obliga a extender, inconvenientemente, su periodo de dependencia familiar. Todos estos elementos constituyen estresores psicosociales de gran magnitud en el presenta para nuestra juventud.

Además, el nivel de frustración se incrementa en muchos por la falta de reconocimiento de su valor como potencial humano, tanto por la sociedad, en general, cuanto por la familia, en particular, y por la incertidumbre ante un futuro que ni el gobierno de turno ni las instituciones clave clarifican. Tal estado de cosas incrementa el riesgo de drenaje de tensiones por medio de conductas agresivas y/o violentas de variada intensidad y emergencia. Por otro lado, la idealización, mecanismo de defensa normal y preferente en esta etapa de la vida, aumenta el riesgo de confrontaciones traumáticas con la realidad. Así, la desesperanza, incredulidad y desmoralización del joven, estimuladas por líderes sociales que perpetúan los mensajes prometedores de soluciones sin conductas de cumplimiento, incrementan la desconfianza que siente frente a las generaciones previas, obligándolo, casi forzadamente, a buscar respuestas para sus urgentes problemas al interior de su propia generación, o, con mayor riesgo en líderes alienados.

De este modo, la probabilidad de desajuste social y de falta de soporte constituyen, en este grupo etario, factores de riesgo para el inicio de conductas patológicas tales como el uso y abuso de drogas, incluyendo alcohol; comportamiento suicida u homicida, accidentes, corrupción y delincuencia, o el debut de trastornos psiquiátricos de variada índole"

Dos comentarios finales: primero, si bien se menciona al Perú, este análisis se puede extrapolar a la mayoría de países de Latinoamérica. Segundo, se usa el término “países del tercer mundo” que para ser sincero no sé qué características debe reunir un país para ser catalogado como tal, pero últimamente se usa más el término “países en desarrollo”. No parecen ser sinónimos, pero digamos que suena más bonito el último término, aunque me pregunto ¿en desarrollo para qué o para quienes?


Referencia:

*Perales A, Sogi C. Conductas violentas en adolescentes: Identificación de factores de riesgo para diseño de programa preventivo. Serie: Monografias de Investigación del Instituto Nacional de Salud Mental "Honorio Delgado - Hideyo Noguchi" Nº 3. Lima, 1995.

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